Pese a que en EEUU la presencia de actores porno en los medios generalistas está más normalizada que en nuestro país (e incluso los hay que colaboran en diferentes publicaciones), tampoco es que sea habitual coger un periódico del prestigio del New York Times y encontrarse entre sus páginas una columna firmada por uno de ellos. Sin embargo, desde el pasado 5 de septiembre, la actriz Kayden Kross es una de las pocas que, junto con Stoya, pueden alardear de haberlo conseguido.
Cualquiera que consulte habitualmente publicaciones como Complex, XBIZ o XCritic sabrá de las dotes comunicativas de Kross que, además de haber realizado otras contribuciones en ámbitos totalmente ajenos al porno o incluso escribir un cuento llamado ‘Plank‘, se encuentra desde hace tiempo enfrascada en la redacción de su autobiografía. Relacionado con esto último o influída quizás por una sobredosis hormonal tras su reciente maternidad, la actriz nos invita a revisar con ella algunos de los episodios clave de su vida, culpables de guiarla inexorablemente al punto en el que ahora se encuentra (y de paso aprovecha para compartir interesantes reflexiones al respecto).
Un relato que, salvando las diferencias, me ha recordado bastante a aquella emotiva carta que Aurora Snow le dedicó a su hijo no nato hace un año.
A continuación os dejo una transcripción / traducción libre del artículo. Para acceder al escrito completo podéis hacerlo a través de este link.
PARA KAYDEN KROSS, LA EMPRESA FAMILIAR RESULTA SER PORNO
Conocí a Manuel hace siete años en el set de mi primer rodaje porno. Yo estaba callada, nerviosa y acurrucada en un sofá al fondo de la habitación […] Manuel se sentó a mi lado y se presentó. Tenía acento francés y una gruesa maraña de pelo negro. «Trabajaremos juntos» dijo, un comentario inocuo en circunstancias normales pero cargado de valor cuando el trabajo es hacer porno.
Por entonces yo era una universitaria de 21 años que se ganaba bien la vida como bailaria en un club de striptease en mi ciudad natal, Sacramento. A los 19 habia conseguido mi primer grado de asociado y el traslado a la estatal. Lo que ansiaba de una educación superior era estabilidad y seguridad financiera, porque durante mi infancia no tuve ninguna de ellas.
Más de dos décadas antes, mi madre pensó haberlo hecho todo bien. Se matriculó en la Universidad y superó la selectividad mientras trabajaba en la oficina de una firma relacionada con la carrera que perseguía. Allí conoció a mi padre – un atractivo y bien educado chico de finanzas de estilo agresivo y grandes ambiciones. Salieron durante años, se casaron y alrededor de nueve meses después dieron la bienvenida a este mundo a una niña: yo. Decidieron que el resto de los fondos para la Universidad de mi madre iría a la entrada de una casa y ella se quedaría allí cuidando al bebé. Era 1985.
Cinco años después, me sentaba con mi madre en su cama, en una casa que perderíamos pronto, mientras me leía el último cuento para dormir momentos antes de romper aguas y que la llevasen al hospital para dar a luz a mi hermana. Por entonces mi padre se habia ido para siempre, atendiendo otro embarazo del que era responsable, dejando a mi madre financieramente arruinada y con la responsabilidad completa sobre dos niños pequeños. Ella nunca se volvió a casar.
Al crecer siempre fui consciente de la ansiedad de mi madre por los temas económicos: los cálculos silenciosos sobre el coste de nuestro material escolar, los destellos de ira cada vez que se nos quedaba la ropa pequeña. Nos sentaba a mi hermana y a mí y repetía insistentemente sobre la importancia de la educación, haciéndonos prometer que pondríamos un título universitario por encima de todo. “Asegurad vuestra seguridad” solía decir.
Y eso intenté hacer. Entonces, cuando llevaba un año de Universidad, empecé a hacer striptease. Y el dinero que hice permitió un cambio radical en mi estilo de vida. […] Lo siguiente fue ahorrar, acciones y una hipoteca. Mientras, estaba cerca de titularme en un campo que no me interesaba, en el que no ganaría ni de cerca lo que ya estaba ganando. De repente la economía se sacudió y la Universidad dejó de ser el billete de la seguridad financiera […]
[…] El porno es un negocio de sorprendentes contradicciones. Muchas de las mujeres representan roles sumisos y serviciales: somos la ama de casa aburrida, la cliente sin dinero para el pizzero (que debe pagar sus facturas de otras maneras) y la secretaria vulnerable. Pero al contrario que en el mundo real, las mujeres del porno generalmente ganan más dinero que los hombres por el mismo trabajo, y eso puede conllevar un poder liberador, tanto financiera como sexualmente.
En los años que siguieron a mi primera escena, viajé por el mundo – Europa, Africa, Australia y Asia. Por entonces yo tenía 23 años, habia comenzado con mi lucrativo club de suscriptores online. También negocié ofertas para novedosos juguetes sexuales y conseguí uno de los acuerdos mejor pagados de la industria, un contrato de cinco años que iría incrementando su valor anualmente y que me aseguraba los mejores papeles.
A pesar de todo, había evitado salir con nadie en serio porque me sentía segura y libre por mi cuenta, y porque prometí que nunca dejaría que un hombre pusiese en peligro lo que tanto había trabajado. Entonces me encontré de nuevo con Manuel, por primera vez desde nuestro último encuentro, cuatro años antes.
Había estado demasiado ocupada para darme cuenta que todos estos años me habia estado evitando porque me encontró fría durante nuestro primer encuentro. Y lo fui. Hacer porno puede ser estimulante, agradable y caliente, pero los primeros rodajes requieron valor y demostré mi falta de experiencia por la forma en que actué. Manuel me saludó con su habitual cortesía, que más tarde me enteré que era forzada, hasta que el director gritó acción y nos besamos.
Vale, tal vez un beso sea una forma extraña para que dos actores porno se enamoren, pero en nuestro caso es cierto. Desarrollé un flechazo enloquecedor por él y mi afección parecía ser recíproca. Pero él estaba en una relación, y yo aún tenía la mente enfocada en el trabajo como siempre, así que nuestra atracción quedó confinada dentro del ámbito porno, una vez al mes como parte de mi plan de rodaje.
Dos años después, sin embargo, nuestra atracción se desbordó. Manuel habia terminado su relación y yo seguía acomodada en mi generoso contrato a largo término […]. Un día me preguntó si podríamos vernos fuera del set. Sabía lo que ello podría ocasionar y lo que podría perder. Comenzar una relación supondría el descarrilamiento de mi contrato, nunca podría recuperarme. Igualmente le dije que sí.
Navegar por el amor cuando el trabajo de ambos incluye tener sexo con otras personas puede ser estresante, y esto empezó a molestar especialmente a Manuel; se ponía celoso y malhumorado los días previos a mis rodajes. Él sabía que era injusto pedirme que lo dejase, pero no podía ocultar sus sentimientos. Finalmente me dijo que abandonase mi contrato y me mudase con él, con los consiguientes pasos de matrimonio y niños. Tenía 27 años.
Sentí como si fuese una elección imposible. Cuando imaginé la vulnerabilidad de ser dependiente de un hombre, junto con el compromiso irreversible de tener hijos, me asaltó el pánico. Mi mayor temor fue repetir el pasado: convertirme en madre soltera, financieramente insolvente, a medio camino entre un título universitario y criar sola mis futuros hijos. Un día, el ataque de pánico llegó tan fuerte que tuve que conducir sola hasta el hospital con las manos entumecidas y la visión borrosa. Después vinieron las pesadillas y la pérdida de peso.
Manuel trataba de hacerme reaccionar. “¿Me has oído?” preguntó. “Quiero casarme contigo. Quiero tener un bebé contigo.”.
En algún momento, simplemente decidí que nada de la seguridad que había ganado por mi cuenta podría competir con la que sentía con Manuel, construir una vida juntos. Hoy, más de un año después, tenemos una niña y estamos prometidos. […]
Aunque yo renuncié a mi lucrativo contrato, continúo actuando en ocasiones, aunque solo con Manuel u otras mujeres. Sigo ganándome bien la vida en el negocio, junto con mis apariciones y productos. Sí, es una doble moral que Manuel pueda actuar con otras mujeres mientras yo no puedo hacerlo con otros hombres, al igual que es una doble moral que él trabaje todavía a tiempo completo mientras que yo he hecho recortes. Pero yo soy la madre de un bebé, y su cuidado es mi prioridad en este momento, así como proporcionarnos lo mejor es la prioridad de Manuel. Al final, nuestro cómputo total no es tan diferente al de las elecciones que hacen otras millones de parejas trabajadores estos días.
Lo que es diferente es que resulta que amo un hombre decente y encantador, cuyo trabajo implica tener sexo con otras mujeres. Y una extraña realidad de nuestra vida es que a menudo ayudo a que esas mujeres estén listas para los rodajes. El maquillaje se realiza en nuestro comedor, donde ayudo con el vestuario, utilería y guiones, y Manuel se encarga de transportar al reparto y equipo técnico a la localización del día. A veces él actúa con la mujer y a veces no. Yo no pregunto.
Soy humana, sin embargo, y admito que me comparo con la mujer sentada en la silla de maquillaje. ¿Es ella más sexy que yo? ¿Pequeña? ¿Mejor en la cama?. Ninguna mujer lo puede tener todo. Por ejemplo, ella no puede ser la siguiente. Pero ese es el punto: Si perdemos la atención de nuestra pareja hacia otra persona, no importa si ese desgaste ocurre rodando porno, con una secretaria de la oficina o entre dos académicos en una conferencia. Mis comparaciones tendrán un efecto nulo si mi relación se desmorona mientras no estoy mirando. Simplemente no hay manera de saberlo.
La única salvaguarda, para cualquiera de nosotros, es cómo mantenemos vivo el amor y el cuidado de anteponer a nuestra pareja en primer lugar.